martes, 19 de abril de 2011

Vicios ocultos

¡Cuidado, amigo, el mundo está lleno de vicios ocultos! Y no me refiero a lo que estás pensando.
Los defectos o vicios ocultos, también llamados vicios redhibitorios (estoy citando a la wikipedia, para que veas cuál es mi nivel) son, en Derecho, los posibles defectos que puede tener una cosa que es objeto de compraventa y que no son reconocibles en el examen de la cosa en el momento de la entrega.
Sobra decir que el vendedor conoce perfectamente la falla del objeto que vende, pero lo oculta a sabiendas.
¡Vamos, lo que viene siendo que te la han metido doblada! ¡Qué putada!, ¿no?
Digo todo esto porque mientras desayunaba esta mañana en uno de los bares de la Gran Plaza me acabó de despertar en la mesa de al lado la presencia inquietante de un enorme libro que era sostenido por una chica joven, morena y de rostro digamos que agradable. El bar tiene unas enormes cristaleras, de modo que puedes ver lo que ocurre en la calle. Ocurría que empezaba a llover. Era una lluvia pobre, que caía como sin ganas. Pero la imagen de la chica leyendo y, detrás de ella, la de algunos goterones despachurrándose contra el cristal como inocuos insectos me pareció hermosa. La estuve contemplando con disimulo durante un buen rato, dando sorbos indistintamente a ella y a mi café con leche.
¡Demonches! ¿Qué estará leyendo?, me preguntaba sin cesar. Desde mi sitio solo alcanzaba a leer esas frases rutilantes que aparecen en las contraportadas de los libros:

"Una de las novelas más poderosas de los últimos años. Toda una sorpresa." (Lorenzo Díaz)
"Permítanme un paréntesis para recomendarles una novela con mayúsculas. Deslumbrante." (Eduardo Torres-Dulce. Expansión)
"Da gusto que una trama trepidante ayude a ganar lectores, pero da más gusto que no haya trampas ni engaños." (José María Pozuelo Yvancos. Abc)
"Hombres, mujeres, adolescentes, amas de casa, críticos, catedráticos, políticos..., todos aseguran haberse sentido atrapados en las 640 páginas de esta novela." (Ángeles López. La Vanguardia)

¡Diablos!, la última frase me dejó marcado. Me imaginaba a mi madre y al catedrático de Historia de la Lengua Española de Sevilla Manuel Ariza, a cualquiera de mis alumnos y al vicepresidente Rubalcaba, a la peluquera del primero y al crítico literario Miguel García-Posadas, todos recomendándome la novela, todos asegurando sentirse atrapados en las páginas de la novela, todos dejando sus ocupaciones por culpa de la novela: mi madre sin guardarme lentejas en los tuper-ware, Don Manuel Ariza sin impartir clases, Rubalcaba sin detener etarras, mi peluquera sin cortarme las greñas, mis alumnos sin colgar fotos en el tuenti... todos atrapados, encarcelados, subyugados por las 640 páginas de la novela.
Mi curiosidad se multiplicó. Yo también quería asegurar sentirme atrapado en las 640 páginas de la novela. Desde la primera hasta la última. Quería que el lunes, después de vacaciones, cuando la gente me preguntara qué había hecho en semana santa, responder: estar atrapado en las 640 páginas de una novela.
Así que, excitado por la idea, apurando el café, me levanté y dirigí mis pasos hacia la mesa donde la chica seguía, muda y absorta, como se adora a Dios ante el altar, leyendo su novela.

-Perdona- le solté balbuciendo-. ¿Qué lees?
-El tiempo entre costuras- me respondió sin mirarme, atrapada en una de las páginas de la novela. 

No pude pagar mi café, porque el camarero estaba, casualmente, atrapado en las páginas de esa misma novela. Salí disparado.
Fui a la librería más cercana y compré la novela. El librero también estaba atrapado en las páginas de la dichosa novela. Al menos, eso me aseguró mientras me devolvía el cambio.
Llegué a casa y abrí el libro, dispuesto a dejarme atrapar por las 640 páginas de la novela.
En la página 97 ya estaba atrapado, sí, pero atrapado por la ramplonería del argumento, por el papanatismo de los personajes, por la gazmoñería de las situaciones.
¡Qué decepción!
Volví a la librería, exigí la devolución de mis veinte euros, amenacé con demandarlos por estafa.
Ah, pensé, esto son vicios ocultos. 
La editorial Planeta ha actuado con mala fe. Venden un producto defectuoso y no solo lo ocultan sino que además lo promocionan como si se tratara de una obra del mismísimo Cervantes.
No tengo nada en contra de María Dueñas, de Matilde Asensi, de Dan Brown, de gente así. Pero que no intenten vender estas novelas como joyas de la literatura.
Volví derrotado al bar. Pedí otro café, pero ya no me fiaba del camarero. ¿Y si en lugar de café la taza contiene achicoria? Me senté resignado. La chica que leía ensimismada ya no estaba. Yo seguía cavilando y no dejaba de ver vicios ocultos por todos lados:
¿Quién no habrá comprado un piso y a los tres meses le han salido humedades? Ahí hay vicios ocultos.
¿Quién no habrá comprado un coche que a los tres días ya no arranca? Ahí hay vicios ocultos.
¿Quién no se habrá enterado a las tres semanas de que su chica está con otro? Ahí, sobre todo ahí, sí que hay vicios ocultos. ¿No te parece?

4 comentarios:

  1. Para quitarte el mal gusto podrías leer Travesuras de la niña mala, de Vargas LLosa. A mí me atrapó. Además, el título es muy ....

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  2. Si, yo me lo quiero leer, lo tengo en casa. =D
    En cuanto lo lea comentaré lo que me ha parecido.
    Un saludo.

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  3. Curiosamente, esa novela de Vargas Llosa la leí durante mi etapa brenera. Ya sabes tú que ese sitio se presta a las travesuras.
    Besos.

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  4. Te lo dije no te puedes fiar de los escritores, pero tampoco de los vendedores de libros y de las editoriales. Un saludo

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