martes, 26 de julio de 2011

Final en Literanta

                                                                         A Jesús, que nos hablaba de los rusos.
                                                                              A Juanma y Mª Ángeles, que me llevaron a Literanta.

 De entre los muchos encantos que tiene la isla de Palma, no puedes perderte "Literanta". Es una librería grande, llena de esa tranquilidad majestuosa que tienen las librerías de verdad, donde los libros, en hermosísimas ediciones, se ve que han sido colocados en sus estantes con mimo, con amor, casi diría con fervor religioso, como si fueran hostias consagradas. Suena todo el rato una música exquisita. En las paredes cuelgan retratos de los grandes: Oscar Wilde, Proust, Machado, Octavio Paz, Goytisolo, (¿Goytisolo?)... Tiene, además, una cafetería. Y unas mesitas con sillones para quien quiera conjugar allí el café y un libro.

Lo que viene siendo una cosa así:






¿Se entiende ya lo que digo?
Así que no encontré mejor sitio para pasar la mañana. Compré un libro que andaba buscando de Pablo Gutiérrez, Rosas, restos de alas y otros relatos, pedí un café y me arrellané en el sillón que se ve en la foto. Lo abrí con verdadera delectación. Tenía toda la mañana para no hacer otra cosa.
Pero me fue imposible concentrarme.
La Karenina absorbía ya todo mi ser.
Volví a ella, arrepentido, ansioso, como el católico que va a comulgar después de mucho tiempo sin hacerlo.
Las últimas páginas del libro son soberbias.
Al final de la novela, a la Karenina se la comen los diablos.
 La sociedad moscovita ha condenado su infidelidad haciéndole el vacío y ella está obsesionada con su amante. Le dispensa un amor enfermizo, torturante, desesperado. Cree que el conde Vronski la engaña con otras, no soporta quedarse a solas, ve fantasmas por todos lados.
La insatisfacción la corroe. Se siente engañada:
"¡Se van aclarando mis ideas! -se dijo Ana cuando montó en el coche, que rodaba por un empedrado irregular-. ¿En qué estaba pensando últimamente? ¿En el peluquero Tioutkin? No... ¡Ah, ya caigo! Era en las reflexiones de Iachvin sobre la lucha por la vida y sobre el odio, único sentimiento que une a los hombres. ¿Adónde vais tan deprisa? No podréis huir de vosotros mismos, y el perro que lleváis tampoco escapará a su destino", pensó, interpelando mentalmente a un alegre grupo que ocupaba un coche de cuatro caballos y que, evidentemente, iba a pasar el día en el campo.
Siguiendo la mirada de Pedro, que se había vuelto sobre el asiento, vio a un obrero borracho conducido por un agente de la autoridad.
"Este ha sabido hacerlo mejor que nosotros. También el conde Vronski y yo hemos buscado el placer, pero el placer no es la felicidad a que aspirábamos".
Por primera vez, Ana había enfocado sus relaciones con Vronski desde un punto de vista crudo y real, que le hacía entrever el fondo de todas las cosas.
"¿Qué ha buscado en mí? La satisfacción de la vanidad más que la del amor".


Pese a todo, no puede evitar seguir a su amante. Lo busca desesperadamente, mientras un turbión de pensamientos la martiriza dentro del pescante:

"Mientras mi amor se hace cada día más egoísta y apasionado, el suyo se va apagando poco a poco. Por esa razón no nos entendemos. Y no existe ningún remedio para esta situación. Él lo es todo para mí, quiero que se entregue a mí totalmente, pero no hace más que rehuirme. Hasta el momento de nuestra unión, íbamos uno al lado del otro. Ahora caminamos en sentido inverso. Él me acusa de ser ridículamente celosa. Yo me he hecho también este reproche, pero sin ninguna razón. La verdad es que mi amor ya no se siente satisfecho. Pero..."

Al llegar a la estación su cochero le entrega el sobre donde Vronski le responde a una nota suya: "Lo siento mucho, pero su nota no me encontró en Moscú. Volveré a las diez." La Karenina está desquiciada, pero ya empieza a verlo todo claro.
O demasiado oscuro:

"De pronto, se acordó del hombre aplastado el mismo día de su encuentro con Vronski, y comprendió lo que tenía que hacer."

Ha llegado a un punto de no retorno. La fatalidad ha instalado sus monasterios en ella.
Tú, a estas alturas de la novela, ya estás leyendo con el corazón desatado. Has llegado a ese momento inenarrable y extremadamente placentero en que no puedes parar de leer y al mismo tiempo no quieres mirar. Tienes delante a un personaje con el que has convivido varios días y tienes que despedirte.
 Un personaje que además está sufriendo, abarrocado de angustia, asomado al abismo:

"Pues sí, yo también estoy sufriendo gravemente del tedio, y puesto que lo exige la razón, mi deber es librarme de él. ¿Por qué no apagar la luz cuando no hay nada que ver, cuando el espectáculo se pone odioso...? Pero ese empleado, ¿por qué corre por el estribo? ¿Qué necesidad tienen esos jóvenes del compartimento vecino de gritar y de reír? ¡Si todo son males e injusticias, mentira y fraude...!".

2 comentarios:

  1. Ay, amigo, ¿entiendes ya el rascacielos en el que no falla ni una bombilla? Gracias por dedicármelo. Un sólo fallo en el post, en la cafetería de Literanta (¡qué ganas de ir a Palma! tal como haréis vosotros en Santander pienso yo en un futuro hacerlo allá) se veían mejunjes más deleitosos con que beberse el final de Anna Karenina (y no vale la excusa de las horas del día)....
    Era una apuesta sobre seguro que te encantase.

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  2. Es verdad, Jesús, amor, la Karenina se merecía por lo menos un ron, como aquellos que nos bebimos en la tumba de Vallejo, cuando leíamos cosas del Corrales.
    Para Santander me llevaré a Pereda. Creo que me estoy haciendo viejo.
    Ah, comencé el Hadzi Murat. El que le regalaste al Mata en Argentina.

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