domingo, 8 de enero de 2012

El vino de los traperos

   El amigo Pablo se invitó a una fabada de su madre para celebrar el fin de las fiestas navideñas, que tanto nos amargan. Mientras venía el suculento plato, le atacamos a la chacina y descorchamos unas botellitas de vino, nada, poca cosa, lo justo para unas pastillas que nos ha mandado a los tres el médico, jeje.




 Pablo habita un bonito sotabanco de Peris Mencheta. Claro que a la media hora - y entre la música de Billie Holliday, el vino, la animada charla intrascendente, el chorizo, los recuerdos, Baudelaire y el inevitable tomate- aquello era ya nuestro palacio.
Porque nosotros no somos como aquel guindilla valleinclanesco que no sabía nada, ni soñar.
Donde nosotros vivimos siempre es palacio.
Encima de la mesa teníamos Las flores del mal. Y nadie mejor que Baudelaire, el poeta maldito, el decadente, el simbolista, el dandi, el bohemiazo rebelde y atormentado que se pintaba el pelo de verde, para acompañar unos vinos.
Alberto jura que esta tarde, mientras engullía el queso y la caballa y las nueces con membrillo, ha escuchado cantar el alma del vino en las botellas. Y, por lo visto, el vino dice que decía más o menos esto:


 El alma del vino

Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!»


Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,
Penar y sudar bajo un sol abrasador,
Para engendrar mi vida y para darme el alma;
Mas no seré contigo ingrato o criminal.

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas.

¿Escuchas resonar los cantos del domingo
y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?
De codos en la mesa y con desnudos brazos
Cantarás mis loores y feliz te hallarás;

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos.

Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
Raro grano que arroja el sembrador eterno,
Porque de nuestro amor nazca la poesía
Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»



Pablo, en el fondo, se parece un poco a Baudelaire:






¿No te parece? Además, él también piensa que el vino vale más que los besos lujuriosos de esas flacas Adelinas que se ganan la vida en la Alameda. 
Esas daifas que, por cierto, parecen salidas ("y las urnas de amor que son vuestros corazones") de un poema de Baudelaire.


El vino del solitario

La singular mirada de una mujer galante
Que llega hasta nosotros como la blanca luz
Que enviara la luna al lago tembloroso
Cuando quiere bañar su indolente belleza
;


Los últimos escudos que tiene un jugador;
Un beso lujurioso de la flaca Adelina;
Los ecos de una música cálida y enervante
Como el grito lejano del humano sufrir,

No vale todo ello, oh botella profunda,
El penetrante bálsamo que tu fecundo vientre
Ofrece al corazón del poeta abrumado;


Tú le dispensas vida, juventud y esperanza
-Y orgullo, esa defensa frente a toda miseria
Que nos vuelve triunfales y a dioses semejantes.



 Y así hemos ido pasando la tarde, despidiendo la maldita Navidad, preparándonos para el segundo trimestre y lamentando la bajada de nuestro sueldo. Como la cosa siga así, dentro de poco tendremos que prescindir de algunas cosas. Al final vamos a acabar como esos traperos que andan entre la basura y los desechos.
Menos mal que siempre nos quedarán Baudelaire y el vino, el hijo sagrado del Sol:



 El vino de los traperos

Frecuentemente, al claro fulgor de un reverbero
Del cual bate el viento la llama y atormenta el vidrio,
En el corazón de un antiguo arrabal, laberinto fangoso
Donde la humanidad bulle en fermentos tempestuosos,

Se ve un trapero que llega, meneando la cabeza,

Tropezando, y arrimándose a los muros como un poeta,
Y, sin cuidarse de los polizontes, sus sombras negras
Expande todo su corazón en gloriosos proyectos.

Formula juramentos, dicta leyes sublimes,

Aterra los malvados, redime las víctimas,
Y bajo el firmamento cual un dosel suspendido,
Se embriaga con los esplendores de su propia virtud.

Sí, esta gente hostigada por miserias domésticas,

Molidos por el trabajo y atormentados por la edad,
Derrengados y doblándose bajo un montón de basuras,
Vómitos confusos del enorme París,

Retornan, perfumados de un olor de toneles,

Seguidos de compañeros, encanecidos en las batallas,
Cuyos mostachos penden como las viejas banderas.
Los pendones, las flores y los arcos triunfales

Iérguense ante ellos, ¡solemne sortilegio!

¡Y en la ensordecedora y luminosa orgía
Clarines, sol, aclamaciones y tambores,
Tráenle la gloria al pueblo ebrio de amor!

Es así como a través de la Humanidad frívola

El vino arrastra el oro, deslumbrante Pactolo;
Por la garganta del hombre canta sus proezas
Y reina por sus dones así como los verdaderos reyes.

Para ahogar el rencor y acunar la indolencia

De todos estos viejos malditos que mueren en silencio,
Dios, tocado por los remordimientos, había hecho el sueño;
¡El hombre agregó el Vino, hijo sagrado del Sol!

1 comentario:

  1. De trapero, me pido las calles polinganeras para rastrear desperdicios, que alguna papelina de fino oro hallaré en este mi barrio pobretón.

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