miércoles, 11 de julio de 2012

Félix Grande





EL PRECIO DEL OLVIDO

Yo que me he demorado en los espejos interrogando si
te merecía,
yo que en el laberinto del idioma durante tantas horas he
buscado
palabras que nombraran tu vestido, tus pechos, tus ojos y
tu voz y tu pelo

hoy rehúyo saber como es mi cara y eludo los cristales y
el río y la caoba
mientras frenético le pido al valor y al lenguaje
los vocablos del frío, la escritura de la maldad, las sílabas
del odio.




DOLMEN DE SOLEDAD, LECHO DE FRÍO

La vida entonces sólo fue execrable.
Viví una época lóbrega, Loba:
sin una mujer en mi cama.
Marcado está en mi cráneo aquel escarnio,
como un arpón remoto.

Cada mañana era una herida augusta.
El día, una larga cicatriz de óxido.
Y la noche, el embozo con que se cubre a un muerto.

Todos los pasos que hube de dar solo
malditos fueron como años de peste.

Hablo con aquel tiempo oscuro
como el traidor con su conciencia.


Como el traidor con su conciencia, Loba.





CANDILEJAS

Te has incorporado a las cuatro de la madrugada emergiendo de tus ideas horizontales como de entre légamos turbios. Huidizo te has deslizado de la alcoba, igual que si tus ceceantes zapatillas hubieran pertenecido en otro tiempo a un criminal. Y ahora la vieja angustia, la querida muda y marchita, con su atroz mansedumbre y su abrazo gelatinoso, te enjaula una vez más en esa vigilia de corcho, que flota por el vaivén de tu cerebro sin bisagras. Te has sentado entre chispas locas de neurosis que arde, entre claudicaciones y cigarrillos henchidos de interrogación.

Que te hagan radiografías, ve al médico, al especialista, corre al hospital clínico. Acaso deberías respetar más al calcio o a la vitamina bedoce que a la desolación. Te repugna la idea de convertir a la tristeza en una metafísica. Que te miren el iris y la tensión y el pulso, que te investiguen los esputos, la orina, la sangre.

Pero has vuelto de nuevo a recurrir a la poesía. No como a un instrumento con el que el corazón se abre su paso persuasivo. No como a una escalera sobre la que la especie se acerca hacia la especie. Sino como a un consuelo, como a un frasco de vino, como a un vendaje, como a una capa de pomada.

Te insultas demasiado. También eso reposa, obnubila: pervierte. Las formas de la huida son numerosas como los minutos. Te insultas demasiado. Pero hay en ti muchas miradas tuyas superpuestas, que se relevan para verte, que hacen cola a la puerta tras la que tu existencia actúa. Por los pasillos que dan a tu escenario va un enjambre de trozos de conciencia que te observan con frialdad. Si te pusieras a llorar o a gemir empantanado en esta angustia solitaria, una parte de ti respondería con carcajadas como palos y piedras.

Estás vivo en la historia. Vivo en tu tiempo y tu país. Eso es todo lo que te ocurre. Y aquí no caben ya los mitos del estigma de los poetas. Y aquí no cabe ya el recurso de inclinarse ante la desgracia. Y aquí no cabe ya acuartelarse en estéticas pintorescas.Y aquí no cabe ya considerar que equivocaste tu camino. Y aquí no cabe ya memorar días menos desdichados. Y aquí no caben ya las migajas. Y aquí no caben ya proyectos que prescindan de un solo gramo de tu ser, de un solo gramo de tu estar. Pues la nostalgia de partir de cero es un error de adolescentes. Algo como obstinarse en crear un espejismo con unos pocos puñados de arena. Aquí no hay más que lo que hay: esta angustia que reflejas del mundo y a la que no puedes amar. Y esta conciencia que te mira de arriba a abajo, de derecha a izquierda, y a la que no podrás ya engañar mientras vivas. Y más tarde, la nada: el único absoluto.

Apaga ya las candilejas. Baja el telón a media asta. Acuéstate en el foso de los músicos. Besa la cara de quien tengas más cerca. Escucha una balada antigua y apaga ya las candilejas. Baja el telón a media asta. Acuéstate en el foso de los músicos. Qué silencioso está el teatro. Besa la cara de quien tengas más cerca.   

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