lunes, 11 de marzo de 2013

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Bebé Héctor, bebé bebé, Héctor:

  Héctor, tú estás en el hospital, herido de bronquitis, pero asomado a la cama-cuna con gesto sereno, como si estuvieras apoyado en un pretil del Pont des Arts y contemplaras el fluir incesante y melancólico del Sena. Aunque en tu habitación no flota esa famosa luz de ceniza y olivo, Héctor, porque por ti pintan de azul los hospitales y crecen los colores y las luces marítimas. Lo más seguro es que no estés mirando el Sena sino la cabeza de tu padre, a lo mejor hundida en el periódico del día, o la sonrisa blanca de tu madre, que es una hermosa herida que se le ha caído a la tarde.

  Héctor, bebé Héctor, tú estás en el hospital defendiéndote de la bronquitis como hace siglos te defendías de los aqueos, Héctor, príncipe troyano, domador de caballos, no tengas miedo, tú puedes con Patroclo, con Áyax y, sobre todo, con  Aquiles, porque has venido a este mundo a rehacer la historia. Hay una cosa que se llama amor, Héctor, y que es como un bicho que te pica y te pica. Te escribo esto para que lo leas cuando sepas leer, cuando sepas que a mí el bicho me picó ahí mismo donde tú estás ahora, cuando hace un año naciste, Héctor, y yo te cogí por vez primera entre mis brazos. Desde entonces yo ando picado de ti, quiero decir queriéndote, viendo la forma heroica en que te pones de pie y te agarras a la cuna o al andador. Alguna vez tendré que escribirte que te portes bien o que te abrigues. Parece increíble que alguna vez, Héctor.

  Tú ahora ponte bueno, bebe rápido el agua de la salud, gimotea lo que quieras y dale la noche a tus padres. Pero ponte bueno, bebé Héctor, que tenemos que hablar de muchas cosas, de París y de Andrómaca, por ejemplo, que te estará esperando ya en alguna parte de este mundo. De este mundo cuya luz es más grata y más hermosa, Héctor, desde que tú estás en él. Héctor, bebé Héctor, dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete...