jueves, 24 de abril de 2014

Microrrelatos


Frankenstein

 La melena de Silvia, los ojos de Marta, los labios de Carmen, los pechos de Aurora que besé tantas noches, la cintura de Ana, la espalda de Gloria, las manos con que Berta me acariciaba, el vientre de Mayte, las piernas de Nuria. De esa manera, doctor, he ido creando yo mi propio monstruo.

 

 

 Despedida ficticia

 Vienes en busca del tiempo perdido, dices, pero lo haces porque no tienes quien te escriba o porque todavía sigues en el túnel, mientras agonizas. Pero desecha tus grandes esperanzas, ya no te veo como un príncipe o un cándido, sino más bien como un Fausto de tres al cuarto, como un perseguidor cuyas armas secretas ya me conozco, un miserable de poca monta que no me va a seducir ahora con la espuma de los días pasados. No se te ocurra volverme a llamar Lolita del alma mía, y deja ya ese viejo truco de venir aquí evocando aquel invierno en Lisboa cuando todo tenía sentido y existía en ti algo de sensibilidad, o el fin de semana que pasamos juntos en el Jarama, sin crímenes y sin castigos. No, a mí no me la vuelves a dar ni aunque me lleves al trópico de Capricornio, no soy una santa inocente como para volver contigo, ya no creo en tus metamorfosis, no, así que ya puedes ir guardando tus sonatas de primavera, tus ficciones, tu sonrisa etrusca, todos tus paraísos artificiales, en fin, porque no te servirán de nada esta vez, gran Gatsby de pacotilla. Por mí, como si te matan a sangre fría en Venecia o te calcinan en un llano en llamas. Me provocas náuseas, que lo sepas, no hay ya para ti expiación posible, tu amor es un perro del infierno, ve y dilo en las montañas, donde te esperan cien años de soledad. Adiós, muñeco, fin de partida.

 

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